En otros post ya he sobrevolado acerca de cómo la filosofía (en realidad una de sus ramas, la epistemología) influye decididamente en la psicología. A fin de cuentas, tener una teoría de cómo funciona o es el mundo no puede esquivar al propio ser humano como parte de este. Así que ya nombrados Popper y Pepper (que ya es casualidad , con la cantidad de filósofos que ha habido) hoy bajaré hasta el suelo y me quedaré en “simples” preguntas que creo “definen” escuelas… y todo ello para intentar aclarar mi perspectiva de mindfulness.
¿Porqué o para qué?
No diré que estas dos preguntas son excluyentes o que pertenecen de forma exclusiva a alguna de las escuelas de la psicología, pero en su diferencia tienen más de lo que parece.
Cuando un paciente relata una conducta en consulta (una conducta motora, una acción), es posible que en la mente de cualquier psicólogo, surjan simultánea o secuencialmente estas dos preguntas relacionadas con la conducta en cuestión.
Ahora bien, desde una perspectiva cognitiva es más probable que surja el “porqué”, en cuanto que los “porqués” parecen ir temporalmente a un momento anterior de la propia acción, para ir a buscar allí la causa o explicación de esta. General, pero no exclusivamente, un psicólogo cognitivo indagará a cerca de procesos internos que expliquen, de una u otra forma, la conducta expuesta por el paciente.
Claro que esto no excluye que pueda usar la segunda pregunta de las propuestas, pero digamos que su “explicación del mundo” requiere o hace mas probable que utilice la primera.
Desde una perspectiva contextual-funcional, sin embargo, el psicólogo tendrá más presente indagar a cerca del “para qué” de la conducta expuesta. Saber “qué cosa” a lo largo de la historia del paciente, en constante interacción con el mundo que le rodea (claro que aquí no sería “todo el mundo” sino mas concretamente el contexto específico donde se produce efectivamente la conducta relatada) ha hecho que esa conducta se genere y mantenga en el tiempo.
Así el “para qué”, en la explicación del mundo que hay detrás de la psicología contextual-funcional, se hace más relevante, (aunque tampoco excluyente) que el “porqué” de las cosas.
Técnicamente se podría decir, mas o menos, que la topografía de una conducta no la define tanto como su función.
Cuando la falta de perspectiva de mis pacientes les impide “darse cuenta” de esta cuestión les pongo un ejemplo que suele ser como sigue:
Terapeuta: Imagina que hoy, al finalizar mis sesiones de la mañana, camino de casa me encuentro a un amigo que hace mucho tiempo que no veo y decidimos tomar un aperitivo y charlar un rato de nuestra vida. Al final acabamos tomando un par de “tapas” con dos cañas y llegando a casa me siento, por la falta de costumbre, un poco mareado por el alcohol. ¿qué te parecería que me tomara esas dos cañas?
Paciente: (la estadística es abrumadora, creo que no he encontrado hasta ahora una respuesta distinta) bien, me parecerían bien.
Terapeuta: Ahora imagina que, como me llevo mal con mi esposa (aquí hago una aclaración: “cariño” es sólo un ejemplo para uso terapéutico, lo juro), decido, antes de subir a casa, tomar un par de cañas en el bar de abajo, porque así subo más tarde, la aguanto menos tiempo y al estar afectado por el alcohol me resulta más sencillo hacerlo ¿qué te parece que me tome estas dos cañas?
Paciente: (aquí hay alguna excepción pero no demasiadas) Mal, esas me parecen mal
Terapeuta: ¿pero si la conducta tomada aisladamente es las misma en ambos casos? “Tomar dos cañas”
Paciente: aquí la variabilidad sube, hablan de motivos, de escapar de problemas, etc.
Terapeuta: ¿Y si, en lugar de quedarme en el bar tomando dos cañas, me quedo en el trabajo más tiempo para no ir a casa?
Aquí se genera un cierto debate (parece que hay ciertas reglas generalizadas en la población que ensalzan el trabajo y penalizan los consumos de alcohol, pero no me meteré en este charco hoy), no obstante, todos acaban viendo que el “para qué” de las conductas es lo importante.
Entiéndase el “para qué” de una forma amplia que incluya además del propósito, no siempre evidente para quien ejecuta la acción, las consecuencias que obtiene de la misma.
Humildemente entiendo que mindfulness no es meditación
Y todo este preámbulo, ya perdonarán ustedes, para dar el primer argumento por el que estimo que mindfulness no es meditación.
Cuando las personas meditan (me refiero en su esencia, como parte de las cosas que hace alguien que elije el camino trascendente del budismo) tienen un “para qué” muy distinto a cuando lo hacen los pacientes a quienes instruyo en los ejercicios de “mindfulness” que “topográficamente” pueden parecer muy similares (en algunos casos idénticos diría) pero que tienen funciones totalmente distintas.
No es lo mismo intentar trascender a través de la meditación (aunque evidentemente no solo mediante ella, mis escasos conocimientos me dan para saber que el camino budista es largo y mucho más complejo que pasar horas en un zafú) que sentarse en la silla de tu casa para aprender a observar los contenidos de tu mente y, también con la ayuda de otros elementos que se dan en terapia, conseguir mantener una relación distinta con ellos que resulte más sana y adaptativa.
Así que, si las dos cañas del medio día no son iguales a las de la noche, dado que parece haber algo más importante que la propia conducta tomada de forma aislada, yo reivindico que los ejercicios llamados mindfulness que promuevo como prácticas para mis pacientes, tampoco son la misma cosa que lo que hace una persona en pleno ejercicio de su derecho religioso al sentarse en un zafú en la búsqueda de su trascender personal.
Lo que no quita, en ningún caso, para reconocer de dónde han sido tomados estos ejercicios y no renegar de su origen.
Les emplazo al siguiente post, pero antes les dejo una perla de S. Pepper
“¿Por qué debería el conocimiento comenzar con certezas?¿Por qué no podría surgir como surge el día del amanecer, desde la semipenumbra del semiconocimiento, e ir creciendo gradualmente hacia la claridad e iluminación?”
Hasta la próxima.