El último post lo terminé con una perla de S Pepper que vuelvo a aprovechar para comenzar este:
“¿Por qué debería el conocimiento comenzar con certezas? ¿Por qué no podría surgir como surge el día del amanecer, desde la semipenumbra del semiconocimiento, e ir creciendo gradualmente hacia la claridad e iluminación?”
Y ya puestos (al final hago un collar) voy a continuar con otra Esta vez de Hayes y Wilson
“mindfulness es un concepto precientífico, por lo cual no debería esperarse que su desarrollo fuera científicamente coherente en este punto (…). El Budismo es un sistema precientífico. Sus postulados y principios no son postulados y principios científicos. Es sólo un pequeño avance en testear el impacto de tecnologías que tienen miles de años. Un avance más significativo requiere que las comprendamos, científicamente hablando”
Y haciendo un esfuerzo de “síntesis” entre ambas no sería preciso echarnos las manos a la cabeza por reconocerlo, ni utilizar el argumento de la acientificidad de forma despectiva. El conocimiento científico puede, perfectamente, partir del sentido común… Aunque no deba quedarse conformado con sus argumentos.
Dando el salto hacia la ciencia
Para que un término sea utilizado de forma científica ha de ser correctamente definido (esta vez no he puesto comillas en “correctamente”, pero a fuerza de ser sinceros, siempre que se trata de “constructos” psicológicos utilizar la palabra “correctamente” no deja de ser algo ubicado entre la utopía y la ironía y nunca exento de polémica) y aunque lo consiguiéramos, tampoco estaríamos al final del camino puesto que definir no es comprender.
Otra alternativa para hacerlo científico ha consistido en “validar su eficacia”, es decir, en demostrar que aquello funciona para algo en el contexto de la psicología. Y lo cierto es que hay un esfuerzo ingente en recurrir a esta vía, y también es cierto que hay mucha investigación que muestra resultados positivos que muestran eficacia de la práctica de mindfulness (generalmente acompañado de otros elementos terapéuticos, pero formando parte de los cimientos de la intervención) para abordar, por ejemplo, el estrés o las recaídas en depresión. Pero esto vuelve a ser insuficiente puesto que la supuesta “validación” no implica comprensión científica, es decir, saber de los principios de acción y su vinculación con otros conocimientos científicos.
Las vías “cerebrocentristas” que aportan interesantes imágenes de colores en cerebros practicando mindfulness, representan sin duda un conocimiento maravilloso y una vía que parece tener el futuro asegurado… pero desde la perspectiva neurológica/biológica, que no es desdeñable ni estéril, pero que, aunque la pueda complementar o enriquecer, no es una explicación psicológica que, como decía “aquel”, es de lo que trata mi negociado.
Así que para comprender, desde el punto de vista psicológico, necesitamos considerar como funciona o dicho de otra forma, precisar cuáles son los procesos que involucra[1].
Aterrizando respuestas científicas
Los intentos han ido evolucionando, así Bishop y colaboradores propusieron en 2004 dos componentes (Bishop, 2004) y también se ha relacionado mindfulness con la parte izquierda del hexaflex (esa representación gráfica que se utilizaba hasta hace poco en ACT para explicar la inflexibilidad psicológica como origen y o sustento de los problemas psicológicos y la flexibilidad como solución a los mismos, y en cuyos vértices se colocan conductas adaptativas que permiten llevar una vida más valiosa).
Desde el hexaflex, también se ha evolucionado y ahora, incorporadas las investigaciones en RFT, se centran en promover la mencionada flexibilidad en tres estrategias que (perdónenme los teóricos y prácticos de la precisión) se podrían resumir en: 1.- generar una distancia/jerarquía entre el yo que piensa/siente y aquello que es pensado/sentido, 2.- discriminar aquello que es pensado/sentido de aquello que nos “invita” u “obliga” a hacer y finalmente promover/descubrir los valores personales y las acciones que conllevarían estos valores. Es decir, aquello que realmente nos gustaría hacer siguiendo nuestra “esencia”.
Los dos primeros elementos se promueven con una correcta práctica de ejercicios de mindfulness (el tercero no lo considero si tomamos únicamente las prácticas contemplativas de mindfulness, pero también estaría incluido si añadimos las prácticas generativas o de compasión que también forman parte de la tradición) pero, sin duda, conocer los procesos que están involucrados, nos permiten generar otros ejercicios (herramientas, tecnologías o como se quiera llamar) que, manteniendo su función, nos den el mismo resultado… y llegados a este punto ya podemos aproximarnos (gracias por supuesto a la investigación y al esfuerzo de los investigadores) a mindfulness desde un punto de vista científico. Mindfulness (realizado de una forma determinada) facilita una serie de procesos (parece que estos tres nombrados) que promueven la flexibilidad psicológica como medio para alcanzar el bienestar psicológico (vuelvo a pedir disculpas, este final de frase tampoco sea muy preciso/ortodoxo desde algunos teóricos de ACT y RFT).
Agradecimiento personal
Si tuviera que mencionar a (Maero, 2017) en este texto no hubiera parado, así que reservo para el final la referencia pues, aunque (creo) que no lo he citado en ningún momento de forma textual, en este y otros artículos siempre está presente como fuente de conocimiento e inspiración. Gracias Fabián.
Bibliografía
Bishop, S. R. (2004). Mindfulness: A proposed operational definition. Clinical Psychology: Science and Practice.
Maero, F. (2017, 03 11). articulos.grupoact.com.ar/mindfulness-y-ciencia/. Retrieved from http://articulos.grupoact.com.ar/mindfulness-y-ciencia/
[1] La orientación hacia los procesos supone una vieja-nueva ola dentro de las terapias de tercera generación. Encontrarán publicaciones de Marino Pérez-Álvarez al respecto y de los puntales de investigación en ACT y RFT (teoría del marco relacional en sus siglas en inglés), tanto nacionales como extranjeros, como Luciano, C. o Hayes, S., etc.