Y de la cuestión ética y emocional del MINDFULNESS ¿qué?

En alguna de las perspectivas que intentan acercarse a mindfulness se habla de que tiene tres componentes. A saber:

Cognitivo: Atención mantenida en la experiencia inmediata.

Actitud: Adoptar una orientación definida hacia las propias experiencias caracterizada por curiosidad, apertura y aceptación no enjuiciadora.

Afectivo: Afecto incondicional hacia sí mismo.

En los anteriores post dedicados a mindfulness he hablado, aunque preferentemente del primero, de los componentes cognitivo y de actitud. No obstante, en anteriores ocasiones también he dedicado algunos párrafos a la aceptación, así que hoy toca ¿abordar? el tercero.

El componente afectivo está relacionado con un concepto que en este país no tiene buena fama. No entraré en las polémicas causas de la, o más bien de las definiciones que de ella circulan por las variadas mentes hispanas, pero sí puedo asegurar que, en la (por su número) relativa representatividad que suponen los pacientes que visito día a día, el concepto no goza de muy buena salud.

Por un lado se le asocian significados negativos, tanto para el que la siente como para el destinatario de la misma. Por otro, asoman no pocos elementos de superioridad e incluso de clase de quien la siente hacia quien es objeto de tal emoción.

Recordemos que, al menos con conceptos complejos y emociones, fuera de las básicas e incluso en algunas de ellas, todos son muy sensibles a la subjetividad y por tanto cada uno “construimos” una definición de estos conceptos que es dependiente de nuestra propia experiencia con ellos. Cuando aprendemos a “tactar” (discriminar y describir) las emociones complejas estamos muy determinados por el contexto que nos “ayuda” a establecer la relación entre aquello que cada uno sentimos (y a lo que sólo cada uno de nosotros podemos acceder) y la palabra y definición que propone el contexto cultural donde se realizan, sucesivamente, las distintas acciones que nos permiten realizar la discriminación y descripción propias.

Todo este preámbulo, quizá se dieron cuenta, es porque asoma el respeto (qué eufemismo para no poner miedo, ¿vieron?) que me da ponerla así a bocajarro, teniendo en cuenta que, como he dicho; si sigo a los datos de mi experiencia, pudiera darse el caso de que el solo hecho de leerla les provocara rechazo. Es posible que no haya calculado el que, sin duda, les está provocando tanta explicación, pero el mal ya está hecho.

Estoy hablando de la compasión.

Antes de aproximarme a definiciones que están proporcionando los estudiosos del término como Kristin Neff, Tania Singer o Jazaieri, entre otros, haré referencia a una publicación que, lejos de hablar del término en relación con un contexto temporal presente y/o ubicado geográfica o culturalmente en algún lugar concreto, habla de la compasión en términos históricos (prehistóricos de hecho) y evolutivos, es decir de comportamientos compasivos en especies no humanas. (Hublin, 2009).

En este artículo se mencionan hallazgos óseos en diferentes excavaciones prehistóricas como el cráneo 14 en la sima de los huesos de Atapuerca, el neanderthal de Shanidar o el de la Chapelle aux Saints, de los que se pueden deducir distintas enfermedades (de nacimiento o sobrevenidas: respectivamente, un niño de entre 5 y 12 años con craniosinostosis, un “abuelo” de unos 40 años con distintos problemas y deformaciones esqueléticas y otro “abuelo” esta vez sin dientes para masticar) incompatibles con el desarrollo y/o la vida autónomas.

Así que, parece que sus congéneres, los adultos que les rodeaban, podían ser capaces de darse cuenta de su debilidad y, lejos de obviarla o de tratarla como la evidente carga que podría suponer para el grupo, se hicieron cargo de ellos y les ofrecieron la ayuda que precisaban para permitirles vivir y desarrollarse.

Así que parece que la compasión no es el fruto de culturas complejas, postverbales; ni de ésta o aquella religión.

“… Finalmente, la brecha entre simios y los primeros humanos podría no ser tan grande como uno tiende a pensar. En lugar de considerar el antiguo altruismo humano como prueba de los valores morales de nuestros predecesores, uno debería verlo simplemente como una mera parte del espectro de adaptaciones que han hecho a los humanos una especie tan exitosa y prolífica.” (Hublin, 2009)

Siguiendo al autor mencionado, la compasión parece una conducta mas de entre todas aquellas que puede desarrollar el ser humano. Una mas del variado acervo disponible y no el resultado o la consecuencia de cultura, moral o religión alguna.

Hasta aquí por hoy, en el siguiente post (si no se cruza nada de por medio) continuaré con las aproximaciones que se están proponiendo para tan resbaladizo concepto.

Hasta la próxima.